Prof. Dr. MARTIN SCHEININ

Libertad de expresión en la era digital: ¿Hay alguna esperanza? La rápida expansión de la información producida, comunicada y recibida a través de Internet es notable y se puede atribuir en gran medida a la innovación tecnológica que supone utilizar formatos digitalizados. Igualmente sorprendente es la creciente importancia de la información digitalizada en la vida de las personas. No me refiero solo a la posibilidad sin precedentes de «buscar, recibir y difundir libremente informaciones e ideas» (artículo 19 de la DUDH) como definición de la libertad de expresión, sino también a cómo la omnipresencia de «Internet» se ha infiltrado con fuerza en nuestras vidas, en la comunicación interpersonal y en nuestro disfrute de todos los derechos humanos. No se trata solo de la libertad de expresión: también las asociaciones y asambleas, los oficios religiosos, la educación, el progreso científico, muchos servicios sanitarios, la seguridad social, la compra de bienes y servicios, los medios de comunicación, el ocio, las relaciones sociales e incluso las relaciones íntimas, la participación democrática y la adjudicación; todos ellos se han trasladado en mayor o menor medida a Internet. Nuestras vidas dependen en gran medida del mundo digital. Esto tiene un potencial enorme para un mejor disfrute de los derechos humanos, la democratización de la comunicación, el discurso público y una gobernanza transparente y responsable. Internet también ha cumplido la promesa de los últimos términos del artículo 19 de la DUDH: «... sin importar las fronteras», contribuyendo a crear un mundo interconectado, una comunidad global. El potencial es enorme. Pero también lo son los peligros y los desafíos. Internet es también el monstruo de Frankenstein, o Mr. Hyde que muestra su lado malo en la oscuridad de la noche. Los estudiosos y profesionales de los derechos humanos deben unir sus fuerzas para identificar las amenazas, detener la escalada de acontecimientos negativos y bloquear las decisiones irreversibles que destruirían los cimientos de la democracia y los derechos humanos. Necesitamos una respuesta que no implique un control autoritario ni la prohibición de la libertad, sino que asegure la transparencia, la responsabilidad y la igualdad, sin importar las fronteras, sin importar si un agente es una entidad pública o privada y sin importar qué opiniones esté dispuesto a compartir y promover siempre que respete la búsqueda de la verdad y los argumentos racionales. En muchos aspectos caminamos en el filo de la navaja. Ya hemos pasado a la era de la posverdad, en la que no importa si la información es veraz o no, ni qué pruebas y argumentos se presentan. Lo que importa es el valor del entretenimiento y los «clics». Incluso los principales medios de comunicación han caído en las falacias del falso equilibrio, los titulares engañosos pero atractivos y la recompensa a sus periodistas individuales por el número de clics (y los ingresos por publicidad) que atraen. La desinformación es omnipresente y la gente está perdiendo la capacidad de distinguir entre la verdad y la mentira. Las campañas de desinformación, a menudo con vínculos dudosos con actores políticos cuya verdadera intención es generar desconfianza e inestabilidad, encuentran cada vez más objetivos fáciles. El eslogan «pero podría haber sido cierto» se ha convertido en una respuesta válida por parte de alguien que ha sido sorprendido mintiendo y, por lo tanto, incumpliendo las reglas básicas de la comunicación, sin las cuales no puede haber una comunidad. La inexplicable proporción de la economía y las finanzas que está pasando a manos de corporaciones que no producen nada tangible y no tienen activos tangibles es impactante, y sugiere que una enorme burbuja está a punto de estallar. ¿Hay alguna esperanza? Yo creo que sí, y os contaré por qué. También contaré algo sobre el terrorismo y la lucha contra él, y sobre la relevancia de Hannah Arendt en la actualidad.